Historia de
La Casa

HISTORIA DE CASA DE LAS CABEZAS

Flanqueada por la hondura de su estrechísimo callejón de origen musulmán, la Casa no sólo nos ofrece uno de los rincones más emblemáticos de Córdoba, sino que nos sumerge en una atmósfera en la que se trenzan la historia y la leyenda; y nos traslada a aquella España herida de contradicciones, en la que, a pesar de salir de la Edad Media, el estilo mudéjar seguía impregnando patios y estancias. En efecto, los aires de modernidad que introduce el Renacimiento en el siglo XVI, no consiguen desplazar la tradición cordobesa, cuyas reminiscencias aún perduran y alientan la imaginación histórica. En este sentido, la continuación de la cultura andalusí es evidente.

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Esta residencia del Medioevo está cargada de historia y de aromas de leyenda, pues fue un alcázar de Almanzor -otros dicen que de su hermana Fátima-, que sirvió de prisión al desdichado Gonzalo Gustioz, padre de los Siete Infantes de Lara, constituyendo sus estancias el escenario donde se desarrollaron los sucesos más trágicos de aquel viejo Cantar de Gesta castellano.

Con la restauración de la casa afloró en el suelo del sótano una especie de bañera o pilón que, aprovechando la estructura de una alberca o impluvium de época romana, pudo servir desde la Edad Media a una finalidad bien distinta, pues se plantea la hipótesis de que pudo ser un “Miqvé” relacionado con la existencia de una sinagoga en el interior de esta casa. Con esta denominación se conoce a un espacio subterráneo existente en las sinagogas, dotado de una bañera o pilón en el que se realizaba el baño ritual judío. Además de estar bajo tierra, el “Miqvé” debía cumplir otros requisitos, entre ellos, disponer de cierto número de escalones, la capacidad de agua precisa- que consistía en unos 40 saha-, y que ésta no estuviese estancada, sino que proviniese directamente de una fuente o manantial.

El cronista Ambrosio de Morales en 1580 escribe acerca de la Casa de las Cabezas, señalando haber sido ésta la prisión en la que el padre de los Siete Infantes de Lara, Gonzalo Gustioz, Señor de Salas, estuvo prisionero, y su calleja, el lugar donde, colgando de su arquillos, estuvieron expuestas las cabezas de los desdichados Infantes. El cronista recogía aquel saber popular que situaba en este emplazamiento un Alcázar del gran caudillo Almanzor, eco que llega a los cristianos nada más conquistar Córdoba en 1236, pues desde poco tiempo después, la documentación atestigua como esta vía ya es nombraba “de las Cabezas”.

Tras la expulsión de los Judíos, acaecida en 1492, e incluso antes, fueron muchos los que a la fuerza abrazaron la fe católica. Sin embargo, en su interior, seguían practicando la religión judía. Así parece que aconteció con el rico mercader judeoconverso llamado Juan de Córdoba de las Cabezas, a quien el temible Inquisidor Lucero acusa a principios de 1500 de tener una sinagoga en su casa, lugar al que va a predicar su sobrino, el Bachiller Menbreque, y donde se reúnen a escuchar sus sermones judaicos multitud de personas.

A consecuencia de la anterior acusación terminan en la hoguera más de doscientas personas, siendo el más terrible auto de fe el celebrado el 22 de diciembre de 1504, en el que arden 107 personas por el motivo narrado.

La “sinagoga” fue mandada destruir por Lucero, tal y como dan fe las actas municipales de 1513, y hasta la fecha, se consideraban falsas las acusaciones vertidas por la Inquisición. Sin embargo, a la luz de estos descubrimientos se plantea la hipótesis de que, quizás, no se trataba de simples calumnias.